Aunque nuestro cerebro es el órgano que domina nuestro cuerpo por completo y hace que realicemos todas nuestras funciones vitales, no solemos ser conscientes de ello, pues son acciones involuntarias de la que casi no tenemos noción. Es la mente la que ordena y el cuerpo el que obedece, y así, con esta fusión biológica, comenzamos nuestras vidas y también las terminamos, y pocas veces nos paramos a pensarlo.
Sin embargo, hay momentos en nuestras vidas en las que la unión funciona totalmente al revés, y es cuando nos topamos de frente con algo llamado erotismo. Es en ese momento cuando las sensaciones que llegan a nuestro cuerpo son las que crean en nuestro cerebro ciertos deseos o expectativas, aunque tampoco es una ciencia exacta: lo que el erotismo puede evocar en la mente de una persona nunca es exactamente lo mismo que en la de otra, por eso no hay una fórmula infalible para conseguir despertar la misma sensación en dos personas distintas.
Diría más: puede incluso que en la misma persona tampoco sea posible repetir las mismas sensaciones ante el mismo estímulo. Porque sí, la sensación erótica entra por los sentidos y se acaba formando en nuestra mente, pero también depende de eso que se llama subjetividad, que por supuesto está compuesto por nuestros gustos y también por nuestras circunstancias. Por ejemplo, puede que en algún momento de tu vida tu chica te haya llevado a un punto de sensualidad máximo usando un conjunto de lencería negra muy sexy; pero pasado un tiempo, a ti te ha dado por inclinar tus gustos hacia el color rojo, con lo que el efecto que se conseguiría al recrear la situación de nuevo ya no tendría el mismo resultado.
Es cierto que los seres humanos tenemos catalogados ciertos estereotipos como muy eróticos o sensuales. La mayoría son de tema visual: la belleza física, la lencería, ciertos colores como el rojo o el negro, y hasta la pornografía; pero también los hay relacionados con otros sentidos: algún perfume u olor en particular, las comidas que se suponen afrodisíacos, el tacto de la seda… Pero como digo, gracias al cambio en nuestros gustos, o simplemente porque no vemos lo mismo en una persona que en otra, estos estímulos pueden ir cambiando. A veces nos sentimos atraídos por elementos en los que nunca habíamos pensado, y nuestra mente empieza a crear nuevas sensaciones eróticas que nunca habíamos pensado que podríamos encontrar ahí.
Al fin, lo que intento decir es que todo el tema de la sensualidad no está solamente en el exterior, y que una gran parte de él tiene un origen subjetivo. Y que aunque nuestro cuerpo se empeñe en considerar cualquier cosa como el súmum del erotismo, nuestra mente es la que tiene la última palabra, obligando como siempre a las funciones físicas a doblegarse a su voluntad, por mucho que lo que nos rodea intente convencerle de lo contrario. Por eso, es importante buscar cada día aquello que nos motive en el sentido erótico, sobre todo elementos novedosos que obliguen a nuestro cerebro a rendirse a nuestros sentidos.