Por poco que te guste la arena en todas las partes de tu cuerpo, o el mal sabor de boca que deja el agua salada, cuando llega el verano todo el mundo sueña con ir a la playa el mayor número de veces posible: los del interior para cambiar de aires y probar un ambiente distinto, y los de costa para conocer así a los visitantes, el mejor momento del año para hacer nuevas amistades o, como se suele decir, «lo que surja».
Imagino que todos tenemos en la mente la imagen de ese famoso cuadro de Afrodita saliendo del mar; y teniendo en cuenta que esa diosa era la representación del amor carnal, vamos, del sexo con todas sus letras, es normal que el piélago se haya convertido en un símbolo erótico por excelencia. Los poetas intentan hacerlo bonito y lo relacionan con el amor infinito, el sentimiento perdurable, la inmensidad de los sentimiento y todo esto, y aunque es de agradecer, la gente corriente no somos tan espirituales: los que más y los que menos hemos tenido fantasías eróticas estando en la playa, y algunos más afortunados quizá hayan conseguido hacerlas realidad.
¿Quién no ha soñado con tener una noche de sexo salvaje en una playa desierta? Y eso que, después en la realidad, la cosa pierde mucho encanto, pero es lo que tienen los sueños eróticos: que se ven mucho mejor en nuestra mente que lo que en verdad son. Arena por todas partes, una ola inesperada, e incluso un visitante voyeur por sorpresa, muchas son las cosas que pueden fallar y dar al traste con toda la parafernalia sensual y sexual que nos hayamos imaginado; pero por mucho que la realidad enfríe el asunto, nuestra mente sigue viendo la playa como un lugar lleno de sensualidad y dado a hacer realidad nuestros pensamientos más calientes.
Luego, también con la lógica de nuestros sueños eróticos, llega el invierno y la cosa se enfría, y no precisamente por la bajada de temperaturas, jeje. Parece ser que cuando el sol no calienta tanto, eso de montarse escenas candentes al aire libre ya no nos pone tanto; delicadito que es el ser humano, al menos en su mayoría, qué se le va a hacer. Por eso, hay que aprovechar estos meses de verano, y lanzarnos sin demora a hacer realidad todas las fantasías que tengamos con el mar… igual, alguna cae.